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30 de Agosto / Beato Tomás de Kempis

Escritor. Año 1471. La fama mundial de Tomás de Kempis se debe a que él escribió el libro que más ediciones ha tenido, después de la Biblia: La Imitación de Cristo. Este precioso librito, llamado «el consentido de los libros”: porque, es el que se ha sacado en ediciones más hermosas y lujosas, (de bolsillo) ha tenido ya más de 3,100 ediciones en los más diversos idiomas del mundo.

Su primera edición salió 20 años antes del descubrimiento de América (un año después de la muerte del autor) en 1472, y durante más de 500 años ha tenido unas 6 ediciones cada año. Caso raro y excepcional.

Tomás nació en Kempis, cerca de Colonia, en Alemania, en el año 1380. Era un hombre sumamente humilde, que pasó su larga vida (90 años) entre el estudio, la oración y las obras de caridad, dedicando gran parte de su tiempo a la dirección espiritual de personas que necesitaban de sus consejos.  

En ese tiempo muchísimas personas deseaban que la Iglesia Católica se reformara y se volviera más fervorosa y más santa, pero pocos se dedicaron a reformase ellos mismos y a volverse mejores. Tomás de Kempis se dio cuenta de que el primer paso que hay que dar para obtener que la Iglesia se vuelva más santa, es esforzarse uno mismo por volverse mejor. Y que si cada uno se reforma a sí mismo, toda la Iglesia se va reformando poco a poco.  

Kempis se reunió con un grupo de amigos en una asociación piadosa llamada «Hermanos de la Vida Común», y allí se dedicaron a practicar un modo de vivir que llamaban «Devoción moderna» y que consistía en emplear largos ratos de oración, la meditación, la lectura de libros piadosos y en recibir y dar dirección espiritual, y dedicarse cada uno después con la mayor exactitud que le fuera posible a cumplir cada día los deberes de su propia profesión.

Los que pertenecían a esta asociación hacían progresos muy notorios y rápidos en santidad y la gente los admiraba y los quería.  Tomás tiene muchos deseos de ser sacerdote, pero en sus primeros 30 años no lo logra porque sus tentaciones son muy fuertes y frecuentes y teme que después no logre ser fiel a su voto de castidad. Pero al fin entra a una asociación de canónigos (en Windesheim) y allí en la paz de la vida retirada del mundo logra la paz de su espíritu y es ordenado sacerdote en el año 1414.

Desde entonces se dedica por completo a dar dirección espiritual, a leer libros piadosos y a consolar almas atribuladas y desconsoladas. Es muy incomprendido muchas veces y sufre la desilusión de constatar que muchas amistades fallan en la vida (menos la amistad de Cristo) y va ascendiendo poco a poco, aunque con mucha dificultad, a una gran santidad. Dos veces fue superior de la comunidad de canónigos en su ciudad.

Bastante tiempo estuvo encargado de la formación de los novicios. Después lo nombraron ecónomo pero al poco tiempo lo destituyeron porque su inclinación a la vida espiritual muy elevada no lo hacía nada apto para dedicarse a comerciar y a administrar dineros y posesiones. Su alma va pasando por períodos de mucha paz y de angustias y tristezas espirituales, y todo esto lo irá narrando después en su libro portentoso.  

En sus ratos libres, Tomás de Kempis fue escribiendo un libro que lo iba a hacer célebre en todo el mundo: La Imitación de Cristo. De esta obra dijo un autor: «Es el más hermoso libro salido de la mano de un hombre» (Dicen que Kempis pidió a Dios permanecer ignorado y no conocido. Por eso la publicación de su libro sólo se hizo al año siguiente de su muerte).

No lo escribió todo de una vez, sino poco a poco, durante muchos años, a medida que su espíritu se iba volviendo más sabio y su santidad y su experiencia iban aumentando. Lo distribuyó en cuatro pequeños libritos. Entre la redacción de un libro a otro pasaron bastantes años.

El libro Primero de la Imitación de Cristo narra cómo es la lucha activa que hay que librar para convertirse y reformarse y los obstáculos que se le presentan a quien desea hacerse santo, entre los cuales está como principal «la sirena» de este mundo, o sea la atracción, el deseo de darle gustos al propio egoísmo y de obtener honores, famas, altos puestos, riquezas y gozos sensuales y vida fácil y cómoda. Este primer librito es como el retrato de lo que Tomás tuvo que sufrir hasta sus 30 años de las luchas y peligros que se le presentaron.

El libro segundo. Fue escrito por Kempis después de haber sufrido muchas tribulaciones, contradicciones, humillaciones y desengaños, especialmente en el orden afectivo. Destituido del cargo de ecónomo, abandonado por amigos que se había imaginado le iban a ser fieles; es entonces cuando descubre que hay una amistad que no defrauda nunca y es la amistad con Jesucristo, y que allí se encuentra la solución para todas las penas del alma. Este libro segundo de la Imitación enseña cómo hay que comportarse en las tribulaciones y sufrimientos. Emplea mucho el nombre de Jesús indicando el afecto muy vivo y profundo que siente hacia el Redentor y que desea sientan sus lectores también.

Cuando redacta el Libro Tercero ya ha subido más alto en espiritualidad. Aquí ya a Cristo lo llama El Señor. Se ha dado cuenta que la santidad no depende solamente de nuestros esfuerzos sino sobre todo de las ayudas de Dios. Ha crecido en humildad y exclama: «Cayeron los que eran como cedros del Líbano, y yo miserable ¿qué podré esperar de mis solas fuerzas?». Ahora ya no piensa en la muerte como algo miedoso, sino como una liberación del alma para ir a una Patria feliz.  

El libro cuarto de la Imitación está dedicado a la Eucaristía y es uno de los más bellos tratados que se han escrito acerca del Santísimo Sacramento. Millones de personas en todos los continentes han leído este librito para prepararse o dar gracias cuando comulgan.   
Muchos autores han pensado que probablemente Tomás de Kempis recibió del cielo luces muy especiales al escribir La Imitación de Cristo. De otra manera no se podría explicar el éxito mundial que este librito ha tenido por más de cinco siglos, en todas las clases sociales.  

Puede ser el que Kempis ha logrado comprender sumamente bien la persona humana con sus miserias y sus sublimes posibilidades, con sus inquietudes y su inmensa necesidad de tener un amor que llene totalmente sus aspiraciones.

Este libro está hecho para personas que quieran sostener una lucha diaria y sin contemplaciones contra el amor propio y el deseo de sensualidad que se opone diametralmente al amor de Dios y a la paz del alma. Está redactado para quienes quieran independizarse de lo temporal y pasajero y dedicarse a conseguir lo eterno e inmortal.  

San Ignacio, San Juan Bosco, Juan XXIII, el presidente mártir, García Moreno y muchísimos más, han leído una página de la Imitación cada día. ¿La leeremos también nosotros?

OREMOS
Señor Dios todopoderoso, que de entre tus fieles elegiste a Tomás de Kempis para que manifestara a sus hermanos el camino que conduce a ti, concédenos que su ejemplo nos ayude a seguir a Jesucristo, nuestro maestro, para que logremos así alcanzar un día, junto con nuestros hermanos, la gloria de tu reino eterno. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

Comentario sobre la biografía del Santo-a, por el P. Jesús

Beato Tomás de Kempis

El Beato Tomás de Kempis, amigo de Jesucristo, amante del Señor su Dios. Recibió en vida las delicias del sufrimiento que muchos pasan en el Purgatorio, como es esa profunda tristeza que parece que Dios no está ni que nadie puede aliviártela; esa tristeza que padecen los futuros santos, no es depresión mundana, sino que es el elixir que Dios da a los que le aman con todo su corazón y que, aún pensando que no son dignos de Dios, desean y encuentran a faltar su Amor. Esa tristeza es el amor necesario que necesitan porque, aman tanto a Dios, que necesitan más amor de Dios, pero Dios, Uno y Trino, unidos entre sí, ‘dejan’ sola al alma, como en un tránsito, como si padeciera ciertas penas que, se padecen en el Purgatorio, para que en el dolor de necesitar ese amor y no tenerlo, sufran, y en sufrir, se sientan solos, y en esta soledad del alma, purifiquen sus intenciones, busquen modos y métodos para acercarse al Amado, a Dios Uno y Trino, y así avancen en santidad, porque la santidad es el Amor al Amado, el ‘desprecio’ de lo demás, por el aprecio de sentir el amor de Dios en sí mismo. Y Dios entra y penetra en el alma atormentada de tristeza, y a veces la colma todo de dicha, especialmente cuando está la persona en contacto físico con la Eucaristía, porque Dios Ama y llama, y las obras del amor de la criatura al Creador, es correr a su encuentro. Por eso la tristeza está ahí, en el interior del alma, no del corazón, sino del alma, como si ya el alma estuviera en el Purgatorio pero, por no estarlo, hay la voluntad del hombre que busca a Dios en todas y cada una de las cosas que hace y dice. Eso vivió el Beato Tomás de Kempis, y eso viven millares de personas que no saben lo que tienen, y es un llamado de lo alto a sus plegarias de amar al Amado. Y el Amado se deja ver y se esconde, y lo ves en la Eucaristía, y, cuando sufres de tristeza profunda, es que se te ha escondido para que libremente lo busques tú mismo y, en está búsqueda, prosperes en santidad y no tengas que pasar por las penas del Purgatorio otro día, sino que ya vivas las delicias del alma besada por el Amado, ya en vida. Pero lleva años llegar al Beso de Amor, y en la espera y el deseo de ese beso con Dios Uno y Trino, hay la lucha humana por encontrar al Amado, y como el Amado sólo está en la perfección, sólo allí, en la perfección, halla la criatura el Amor que tanto desea y por Él se muere de tristeza y padece los sufrimientos que se padecen también en el Purgatorio; porque lo que hay que hacer es Imitar a Cristo, como propone el Beato Tomás de Kempis en su libro sobre el tratado que dió a su alma con la búsqueda de Dios mismo, en esta tristeza grande que padeció de tanto en tanto, y a veces muy a menudo. Si estás triste en el alma, que es una tristeza distinta a la del corazón, porque es como una sed que no se sacia, y hay una amargura también de impotencia, de desagrado de uno mismo, que no te deja estar contento, que no puedes ser feliz, porque el alma no puede ser feliz fuera de Dios, y es esa la tristeza de la que te hablo, la tristeza que padeció Tomás de Kempis, que lo llevó a la santidad, al beso de Dios, besado por Dios ya en la misma vida del hombre.

María, la plena de Gracia, siempre sintió en Ella ese beso de Amor de Dios, constantemente besando su alma en la perfección de toda la Gracia con que Dios la creó en el amor carnal y espiritual, y unidos a Dios con sus almas y cuerpos, Santa Ana y San Joaquín, la engendraron y Dios la llenó de Gracias, de todas las Gracias, es decir, la besó, y besándola de continuo, sin dejarla de amar jamás, la tuvo prendida de su amor toda la vida, toda la Eternidad en la que está y es y será María, la Llena de Gracia, la Madre de Dios, la Hija de Dios, la Esposa de Dios.

P. Jesús
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