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105 Carta /A ti, que recibes mi sonrisa de afecto sincero

Domingo, 25 de noviembre de 2.012

A ti, que recibes mi sonrisa de afecto sincero:

Amigo, amiga, hoy sonrío para ti, por ti, porque estoy contento, muy contento de ti, de nuestra amistad sana y santa, amistad incondicional y muy del elemento espiritual, pero no menos verdadera que la amistad de los que se ven personalmente; porque somos alma y cuerpo, y el cuerpo sin la eficacia del alma, muere; y el alma vive siempre, como siempre va a vivir nuestra amistad incondicional.

Rezamos el uno por el otro, y esto es bueno, muy bueno, es santo. Es lo que Dios quiere de ti y de mí, que vivamos la gracia eficaz de la comunión de los santos.

También hablamos el uno con el otro, tú leyéndome, y yo escribiéndote; a veces, me escribes tú también; otras veces, en mis cartas y comentarios del Evangelio, de la Sagrada Biblia, del Catecismo, en mis consejos diarios, parece que sin tú decirme nada, te he oído, y esto es la gracia de la comunión de los santos, de la filiación divina, que Dios hace que todo sea para bien tuyo. Yo soy un bien para ti, porque te hago el bien, y hago bien en escribirte y en gozarme de tu amistad santa y eficaz, que me hace ser feliz de vivir, de pasar todas las pruebas que he pasado, y que tú estás pasando, y te animo a afrontarlas, y con ellas, hacer tu destino, a la medida de tus deseos, de tu realidad, que puedes dirigir desde ti mismo, desde la belleza de un corazón contrito; por la decepción que sientes, sea por ti o por otros; pero, ¡álzate!, que es algo grande ser amigo del que es amigo.

Yo soy tu amigo, y un amigo que no te abandona, aunque a veces la tentación ha podido contigo y has caído. Yo siempre estoy a tu lado, ¡siempre!, por eso soy sacerdote, porque el buen sacerdote no abandona a nadie, como tampoco nadie abandona a sus amigos, aunque ellos estén caídos en sus malas tentaciones; el amigo, el sacerdote, reza siempre por ti y confía en ti, en que puedes sacar lo mejor de ti mismo, en que puedes recibir, siempre que quieras, la gracia del perdón, que te ofrece y te llega por Dios mismo, con la condición esencial de que vayas primero a confesarte con un corazón contrito.

No voy a dejarte porque sufras.

No voy a abandonarte porque no me hables.

Voy a seguir fiel a ti, porque nuestra amistad es algo más que palabras; somos amigos del alma.

Aquí y ahora, no tengo la capacidad humana de poder ir a ti y abrazarte físicamente y que sientas la fuerza corporal de mi abrazo, pero sí que puedo, como sacerdote que soy, bendecirte. Y puedo alegrarte la vida, siendo sacerdote las veinticuatro horas del día.

Saber que hay un sacerdote que se siente sacerdote siempre, que es como el padre que es padre siempre, y se levanta por las noches cuando algo te duele, y te acompaña en tus desvelos, y de día trabaja para ti, para hacer de tu mundo un lugar mejor, por mi trabajo y oración. Todo esto es válido a los ojos del buen Dios.

Sé que mi carta de hoy, entra de pleno en tu corazón como si vieras mi sonrisa, porque las palabras también tienen la capacidad de entregarte la sonrisa de quien te escribe.

Sé que necesitas esta sonrisa que te entrego; es para ti, para ti que me lees y sientes que te quiero, que mi amor es por ti, un amor sincero.

Recibe mis caricias y mis sonrisas, que son, las sonrisas, esas caricias que van a tu corazón y lo animan, y te hacen sentir que no estás solo, sino que Dios existe; porque cuando uno es bueno y te da su bondad, siempre, la bondad, es cosa de Dios a los demás, ¡siempre!

Cuando uno es bueno y hace el bien, es que Dios así lo hace con él; por eso te digo, y no te engaño, que conmigo viene Dios a ti.

Recibe de este sacerdote que te quiere, una sonrisa para ti.

Con afecto sincero.

 P. Jesús

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Para quien quiera contestar a la carta, CLICAR AQUÍ, aunque el P. Jesús no podrá responder a cada uno, sí que pedirá a Dios Padre, en nombre de Jesús por esta persona y sus intenciones. EXPLICACIÓN.