Domingo, 6 de octubre de 2.013
A ti, que bendices: ¡Sigue haciéndolo, sigue bendiciendo!, porque es bueno que desees el bien y des tu caridad bendiciendo a los demás; esto te priva de la crítica, esto hace que, más que lo que puedas ver, lo importante para ti de los demás, es lo que deseas para ellos, ¡lo que sale de tu corazón!; ¡que siempre sea una bendición! Me has escrito porque te critican, porque os critican a los que bendecís, a los que os dais la bendición; y preguntas por mi opinión. Te digo: la bendición sí, siempre; la maldición no, ¡jamás de los jamases! “En la comunidad donde vivo tenemos la costumbre de rezar el santo rosario en cada casa, leer la biblia y reflexionar, luego del termino de nuestra oración en conjunto, nos pedimos la bendición cada uno y desearnos paz y bien por nuestras familia, bueno algunos vecinos ven mal el gesto de pedir bendición entre los vecinos, y dicen que solo los sacerdotes o padres son los que dan la bendición, quisiera saber si es malo pedir la bendición de DIOS entre vecinos?” ¡Seguid haciéndolo, seguid bendiciendo!, deseándoos paz y bien, pidiendo paz y bien. Bienaventurados son los que piden y dan su bendición. Eso limpia el corazón, ayuda a las buenas relaciones, y todos estáis en este punto de igualdad, de ser hermanos en Cristo, hijos de Dios. Disfrutad de la alegría cristiana, disfrutad de la caridad y bendecid a vuestros vecinos, a esos que os critican, a esos que ven mal que os bendigáis, y como os digo, bendecidlos a ellos también, porque es una señal de buena voluntad; ¿y no desearon los ángeles, paz a los hombres de buena voluntad? Hay personas, muchas, que tienen voluntad y se sacrifican para pecar; sí, he dicho para pecar, porque la voluntad es esa fuerza interior del deseo del corazón, que llegó a él por la unión y conexión del pensamiento y el deseo, que unidos, deseo y pensamiento, se unen a la fuerza de convicción y actúan con voluntad; la voluntad necesita del deseo y del pensamiento. Muchos, sólo desean lo que envidian, porque la envidia, por si misma, crea una fuerza, es decir, una potencia, un “movimiento”, que a tantos hace pecar; otros lo aplacan, aplacan su envidia, hablándose a sí mismos y dejando libres a los demás, pero los egoístas, los egocéntricos, ¡los soberbios!, esos envidian, se creen merecedores de todo lo mejor que tienen los demás; y os digo que muchas cosas buenas, repito, para que lo comprendáis, digo, que muchas cosas buenas vienen por el mal que otros os dan, y cambiando el rumbo del pecado, transformáis, con vuestra caridad, el mal en bien. Me explicaré mejor poniendo un ejemplo, como hacía Jesús, el Cristo, que para hacerse comprender hablaba en parábolas, que pocos comprendían porque Dios Espíritu Santo, aún no había venido al mundo para consolaros, para guiaros, para daros la Paz de Dios, como bendición a los que se liberan del pecado, sí, también del pecado de la envidia, que es el pecado que llevó a Caín a matar a su hermano Abel. Parábola: Había un hombre sencillo, austero, que vivía luchando para dar fruto a las semillas que plantaba en su huerto, semillas de frutos, no sólo de flores que dan belleza, sino de frutos, que además de deleitar la vista, alimentan; este buen hombre, mientras trabajaba, silbaba, y su alegría acudía, entraba, por las ventanas de la casa vecina, al corazón del amigo que vivía en la casa indicada; sí, eran amigos y vecinos. Ese amigo, tenía una mujer envidiosa, que le hacía la vida muy difícil, porque se creía que todo lo de los demás se podía conseguir sin el esfuerzo que ellos ponían, tan sólo con el deseo, ya sabéis estas técnicas de “la nueva era” que están circulando con popularidad, porque no necesitan de esfuerzo, de lucha física; dicen que, solamente deseándolo, ya se hace realidad por el simple deseo; y esto sólo lleva a la envidia, al pecado grave de la envidia, porque Dios, recordémoslo, dijo al hombre que dominara la tierra, que TRABAJASE y dominara la tierra. Sí que vemos, hoy en día, que los ordenadores pueden dar información, esa información que otros, trabajando, han puesto allí, para que todos puedan, y muchas veces gratuitamente, usar para buenos fines. También hay mala información en Internet, pero Dios también dispuso que el hombre tuviera criterio, tuviera discernimiento, fuera distinto de los animales, para que pudiera ayudarse y ayudarlos, sí, también a los animales y a las cosas, aparte de ayudarse a sí mismo y a las personas. Volviendo a esa mujer envidiosa, que a través de sus gestos y palabras, entró en la mente de su esposo, el amigo del vecino, sobre todo cuando empezaron a dar fruto las semillas, que se hicieron arboles, y de ellos, sus flores dieron fruto. Ella veía esa fruta prohibida, con deseo, porque la observaba, día tras día, y meditando en ella, pensaba en lo sabrosa que estaba, porque además, el dueño de la fruta, les regalaba de ella, para que comieran y se deleitaran, y se la entregaba a su vecino y amigo, con la mejor de sus sonrisas, porque estaba satisfecho de su labor, de las horas y horas que, cuidando de su labor, estuvo silbando de sol a sol. ¡La mujer no podía soportarlo!, ¡lo odiaba por su optimismo!, decía ella, pero no era optimista nuestro protagonista, sino que era TRABAJADOR, y el que trabaja está contento, y recibe, lógicamente, el premio de su labor. Envidiosa, la mujer, estuvo observando al amigo de su marido, y vio que últimamente cojeaba de una pierna, porque estaba muchas veces de rodillas cuidando su plantación, mientras silbaba, y un jilguero atrevido se posaba en su hombro inclinado, y hacían dúo, uno silbando y el otro trinando; y eso aún le agradaba menos a la mujer, el que además de tener fruta, tuviera, el vecino, la capacidad de aguantar el dolor y tener un jilguero cantador, en su huerto-jardín. Envidiosa también de ello, buscó otros vecinos y los puso en aviso de la extraña relación entre el hombre y el jilguero, ¡que eso no podía ser cosa del cielo!, porque los jilgueros no son tan mansos. Ocurrió que el jilguero, contento y feliz de la serenata que con el hombre daban, avisó a sus amigos, y muchos acudieron al jardín-huerto, trayendo con ellos semillas mejores que nunca los hombres de este lugar hubieran podido imaginar, y nuestro hombre, tuvo pronto en su huerto-jardín, muchas especies de frutas de mejor calidad, porque cada vez le visitaban jilgueros que habían residido muy lejos, y allí encontraban la paz y la alegría. Todo esto era insoportable para la vecina, que se dedicaba a esas nuevas técnicas de pensar y esperar, mientras miraba por la pequeña pantalla, o por la ventana, viendo al hombre cojo y silbando a coro con los pájaros. Un día, no pudiendo esperar más, convenció a su marido de que eso debía terminar, que no podía soportar más la fruta ni los cantos; así que decidieron convencer al vecino de que, siendo cojo, mejor les vendiera la parcela y dejara de trabajar, y a eso se dedicaron, a destruir las esperanzas del amigo, simplemente porque cojeaba; el hombre dejó de cantar y los jilgueros dejaron de acudir al huerto, y la fruta ese año no fue tan buena, sino que hubo poca y además las malas hierbas empezaron a invadir la plantación; el hombre no tenía ganas de seguir trabajando, porque le repetían que cojeaba, y empezó a fijarse tanto en este acto, que se olvidó de silbar y accedió a vender la pequeña plantación, que fue comprada muy barata, porque estaba mal cuidada, llena de malas hierbas. Sé fue el hombre, dejó de salir al aire libre, dejó de silbar y se preocupó, y mucho, de su cojera. Un día, su hija le pidió que cuidara de su nieta, y como no tenía trabajo ya en el huerto, accedió; y esa niña le llenó el corazón de alegría, ella, la pequeña, no trinaba, no se ponía en su hombro, como el jilguero, sino que lo abrazaba, le hablaba, le contaba sus cosas, y juntos empezaron a cantar, porque sí que dejó de silbar, pero al estar al cuidado de su nieta, y para hacerle compañía, la niña cantaba y él también empezó a cantar, y no sólo esto, sino que bailaban; y empezó para el hombre una felicidad distinta, sembrando en el corazón de la niña una semilla, la que dio fruto con los años, porque el abuelo, nuestro hombre de campo, haciendo compañía a la niña, aconsejándola, alimentando su alegría y cualidades, hizo de ella una mujer de buen carácter, y su afición al canto la llevó a cantar, primero en el coro de la Parroquia, después, lo hizo profesionalmente, y los vecinos tuvieron que escuchar durante años y años, no los silbidos y cantos de los jilgueros, sino los cantos de esos dos, el abuelo y la nieta, que a dúo cantaron y cantaron; y pasado el tiempo, la niña cantó en los mejores escenarios del mundo, donde el abuelo la acompañaba siempre, y juntos, son felices de ver cómo cambian los rostros después de la actuación; ¡esos son los nuevos frutos!, los frutos de un hombre que dejó de ser cojo para bailar con su nieta, y pasar las horas cantando los dos. El amigo-vecino que le compró el huerto, le hizo el favor de que se metiera dentro de su casa, y allí atendió a la que es, ahora y siempre, la alegría y su dicha, esa niña que canta, no como un jilguero, sino como un ruiseñor. FIN. Aprended y comprended que todo mal lleva a un bien. Daos unos a otros la bendición y la caridad. PAZ. Todo es Providencial. Con afecto sincero. P. Jesús © copyright |
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