Domingo, 18 de Enero de 2.015
A ti, que has dado mal por mal: Y ahora, después de hacerlo, ahora no estás contento, no estás contenta. ¡Ya lo sabía! Te espero en el confesonario. Piensas que estoy enfadado, pues, no, no estoy enfadado, soy sacerdote porque sé que tengo que ayudar a los pecadores; ¿dime tú uno que no peque nunca? Tampoco voy a decirte que te comprendo, porque no te comprendo, no. Pienso que obraste mal, y que yo puedo, a través de tu confesión, y porque soy sacerdote, puedo darte el perdón de Dios; pero te pondré penitencia, y no será una simple oración o dos, no, no creo que esto sea bueno, que esta penitencia sea la mejor para los que han pecado devolviendo mal por mal; lo mejor, es poner de penitencia, que hagas el bien, y eso haré, te pondré por penitencia hacer un bien a quien le has hecho mal por el mal que te ha hecho. ¡Ven, ven!, ven al confesonario, que quiero darte el perdón de Dios, y como penitencia, enseñarte a hacer el bien, a dominar tu temperamento y a hacer salir de ti, lo bueno que tienes, y tienes, sólo que imitaste a quien no debías. Dices que no lo harás más. Bien, pero tendrás, por penitencia, que hacer un bien a quien te hizo mal y le devolviste mal. Dices que no sabes. Pues tendrás que saber que, mientras no cumplas la penitencia, tu pecado no es perdonado. Así que ve pensando, porque para hacer el mal, bien que se te ocurrieron ideas. Un sacerdote está al lado del pecador, siempre al lado, para enseñar a todos a ser imitadores de Cristo mismo. Tiene tanto trabajo el buen sacerdote, hay tantas almas que encauzar al buen camino, almas que sufren, y muchas es porque no saben, no quieren hacer el bien. Hay que hacer el bien sin mirar a quien. ¡Hasta el próximo domingo, amigo-a! Con afecto sincero. P. Jesús © copyright |
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