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18 de Mayo / Santa Rafaela María del Sagrado Corazón

Nació en Pedro Abad, Córdoba, en 1850. A la edad de 15 años había hecho voto de castidad perpetua, e intensificó su piedad y obras de caridad.

Con la ayuda de Mons. Ceferino González, la santa y su hermana Dolores fundan el Instituto de Adoradoras del Santísimo Sacramento e Hijas de María Inmaculada, pero al poco tiempo se traslada junto con otras 16 religiosas a Madrid, donde se les concede la aprobación diocesana en 1877, y 10 años más tarde, el Papa León XIII aprueba la Congregación con el nombre de Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús.

Pronto se multiplicaron las fundaciones de nuevas casas: obras de apostolado y adoración reparadora. En la base de todo estaba la altísima y continua oración, que la M. Rafaela vivía e infundía en sus hijas, y sus heroicas virtudes, sobre todo la profundísima humildad, tanto que alguien llamó a la Madre «la humildad hecha carne».

Sin embargo, surgen pronto las desconfianzas, las incomprensiones, el arrinconamiento, el largo y absoluto olvido; graves dificultades que surgieron en el gobierno, la movieron a renunciar a favor de su hermana Dolores. Durante 30 años permaneció en el aislamiento, realizando duros trabajos y sufriendo pacientemente terribles humillaciones.

El Año Santo 1925 falleció, en 1952 fue beatificada y el 23 de enero de 1977 la canonizaron.

Fuente: ACI Prensa

Comentario sobre la biografía del Santo-a, por el P. Jesús

Santa Rafaela María del Sagrado Corazón

Los santos no buscan las aprobaciones del mundo, a los santos les basta su unión con Dios y el amor de la Virgen María, que siempre está en los santos. A veces se leen, se cuentan vidas de santos y parece que las injusticias recibidas de su misma familia, ya sea espiritual o física, pudiera ser que les hiciera llevar una vida sin paz; y así no es, los santos tienen paz y tienen dolor también, pero jamás les faltan las gracias espirituales que tanto reconfortan al alma, mucho más que una vida sin “cruz”. Animáos a ser santos, porque el dolor está en el mundo, más la paz sólo está en Dios, Nuestro Señor Jesucristo.

P. Jesús
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