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.-La esposa: Oh esposo, amas tanto a nuestros hijos, fueron todos ellos engendrados con tanto amor en los dos y los dos a Dios, que ellos son dichosos entre nuestros besos y abrazos, en nuestros consejos y cuidados, en la fe que desde siempre les hemos enseñado con las palabras y las obras de dos esposos enamorados, que no sólo quieren compartir esta vida, sino también la otra, en la promesa de Jesús, de que viviendo aceptando la cruz y su Persona como lo que es: ¡Cristo!, y comiendo el pan de la Eucaristía, otro día, como Él y por Él, resucitaremos a la dicha sin fin, allí donde la alegría es ser feliz cada día por la felicidad terrenal de cumplir con la Ley de Dios, que pide y enseña que los 10 mandamientos nos evitan sufrimientos, y que quien los aplica en su vida, ese es feliz solo o en compañía, siendo esposo, padre o hijo; porque para Dios nada hay imposible, si hacemos lo posible, con nuestra voluntad, en no pecar y en vivir la caridad.

P. Jesús

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.-El esposo: Contraje matrimonio con una mujer sabia, que cuida de ella, de mí, de nuestros hijos, padres, familiares, amigos, con sus oraciones y voluntad de no pecar. Eres para mí como la luz que prende de los ojos de la Virgen María; al mirarte, al verte tan linda y bonita, al ver tu corazón, siempre joven y en abundancia de bondad y en ganas de amar, me contagias tus deseos de santidad, oh bella esposa sin edad, te amo hasta la eternidad.

P. Jesús

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.-La esposa: Oh, esposo, cuánto me amas, que me digas estas cosas tan preciosas; pero si algo bueno hago, es porque veo cómo tú las haces conmigo; cómo me cuidas, cómo me proteges de todo mal, no tentándome para pecar, cuidándome como piedra preciosa, para la corona de Santa María; queriéndome buena y sabia, me haces buena y sabia, con tu bondad y sabiduría.

P. Jesús

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.-El esposo: Me deleito en verte, en tenerte, graciosa gacela, esposa intrépida, que no tiene miedo al amor, y me amas cada día de la semana; no te escondes de mí y me dejas disfrutar del placer de derramar en ti las aguas de la vida, para que, si Dios quiere que de los dos nazca una nueva vida, sea Él, quien RESPONSABLEMENTE lo decida, porque ¿quién como Dios?, ¿quién sabe lo que es mejor para los dos? Ni tú, ni yo, NADIE, sólo lo sabe Dios Padre; es Palabra de Jesús, el Mesías, el que nos salva de toda ignominia. 

P. Jesús

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.-La esposa: Yo creo en el Evangelio, tengo fe en Cristo y ¡te amo tanto, esposo mío!, porque respetas estos siete días al mes, en que necesito descansar, porque mi cuerpo no está en condiciones de fertilidad, y es cuando la naturaleza quiere que se descanse, posiblemente para unirse el espíritu al corazón y tener siete días de meditación.

P. Jesús

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.-El esposo: Siete días para ti, esposa mía, para que tu cuerpo descanse, para cuando desees más amarme y tener la dicha que nos ofrecemos en los otros veintitrés días, sepamos dar gracias a Dios, por esos siete días de descanso para tu cuerpo, y siete días de meditación para dos esposos, que quieren ante todo que no muera su amor, que no se permitan tentaciones innecesarias que puedan dañar el vínculo familiar. ¡Nuestro amor será eterno, si vivimos lo natural, lo que Dios dispuso en la persona: siete días al mes, en la mujer, para descansar, y en el hombre para vivir la castidad!

P. Jesús

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.-La esposa: Amado mío, esposo bueno, ¡cuánto te quiero!

P. Jesús

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.-El esposo: Oh, esposa, cuando me dices estas cosas, siento como si Dios me entregara, en un momento, la dicha del mundo entero; porque tu amor es para mí, necesario; sin ti, no podría vivir. Sin ti, no sería como soy. Contigo soy feliz, oh amada mía, esposa buena y cariñosa.

P. Jesús

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.-La esposa: Las palabras que son fieles a la verdad, llenan los corazones de alegría, y tú, oh, amado esposo, llenas de alegría, amor y gozo, este corazón que ha sufrido tanto, porque la vida es sufrimiento, todo y teniendo un amor como el tuyo, imperecedero.

P. Jesús

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.-El esposo: Hemos llorado juntos tantas veces, oh esposa amada, ya anciana, tú con tus ojos y con el corazón, yo, para no desconsolarte más, con el corazón lleno de lágrimas a rebosar, que me sacrificaba en no derramar en tu presencia, porque tú no sufrieras más y no tuvieras la esperanza perdida, bendita mujer mía, la que mi corazón eligió, porque la mente analizó que eras la mujer perfecta para ser mi esposa, la preferida, la única, para ser madre de nuestra descendencia.

P. Jesús

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