Domingo, 26 de Julio de 2.015
A ti, que me dices “¿Y los sacerdotes, qué?” : Leíste la carta del domingo día 19 de julio de 2015, la carta número 164, y me preguntas sobre los sacerdotes que comulgan cada vez que celebran la Santa Misa, y quieres saber si ellos tienen que comulgar sin pecado mortal, como los demás, y te digo que sí. Me comentas que como celebran la Santa Misa cada día, y hay días, que varias veces, me dices: “¿Qué pasa si cometen un pecado mortal y no han podido confesarse?” No se puede comulgar en pecado mortal, eso trae muy malas consecuencias para el alma, para la persona; es así en todos los fieles, sean sacerdotes, laicos, religiosos, o en los que se llaman consagrados; y todos los demás, sacerdotes, laicos, religiosos, también, muchos se han consagrado, y son consagrados, y es bueno que se hayan consagrado. El sacerdote tiene que vivir la santidad, desearla, quererla, buscarla desesperadamente, es decir, que sea su fin, su voluntad, el ser santo; y si peca, debe confesarse con otro sacerdote, y al igual que los religiosos y los laicos, NO puede comulgar en pecado mortal; si lo hace, tendrá que atenerse a las consecuencias de tal aberración y maldad. ¿Qué dice la Iglesia Católica, en el Catecismo, sobre este tema de recibir la Sagrada Comunión sin pecado mortal?: 1384 El Señor nos dirige una invitación urgente a recibirle en el sacramento de la Eucaristía: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros» (Jn 6,53) 1385 Para responder a esta invitación, debemos prepararnos para este momento tan grande y santo. San Pablo exhorta a un examen de conciencia: «Quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma entonces del pan y beba del cáliz. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo» ( 1 Co 11,27-29). Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar. 1386 Ante la grandeza de este sacramento, el fiel sólo puede repetir humildemente y con fe ardiente las palabras del Centurión (cf Mt 8,8): «Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme». En la Liturgia de san Juan Crisóstomo, los fieles oran con el mismo espíritu: «A tomar parte en tu cena sacramental invítame hoy, Hijo de Dios: no revelaré a tus enemigos el misterio, no te daré el beso de Judas; antes como el ladrón te reconozco y te suplico: ¡Acuérdate de mí, Señor, en tu reino!» (Liturgia Bizantina. Anaphora Iohannis Chrysostomi, Oración antes de la Comunión) Fuente: No os miento, hay que vivir en gracia de Dios, ¡siempre!, y confesarse cuando haga falta, para no vivir en pecado mortal. El pecado mortal es malo, muy malo, trae malas consecuencias, y no es necesario pasarlas, porque confesándose, Dios perdona siempre, ¡siempre!, seas sacerdote, religioso o laico. Los sacramentos son el tesoro que tiene la Iglesia Católica, ¡la verdadera!, y están en ella para ser usados, para que los fieles los utilicen en su camino al Cielo, porque todos vais a morir, y viviréis en el Cielo, o en el Infierno; es de fe, es doctrina de la Iglesia Católica. ¿Qué dice la Iglesia Católica en el Catecismo, sobre este tema de ir al Cielo o al Infierno después de morir?: 1021 La muerte pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo (cf. 2 Tm 1, 9-10). El Nuevo Testamento habla del juicio principalmente en la perspectiva del encuentro final con Cristo en su segunda venida; pero también asegura reiteradamente la existencia de la retribución inmediata después de la muerte de cada uno como consecuencia de sus obras y de su fe. La parábola del pobre Lázaro (cf. Lc 16, 22) y la palabra de Cristo en la Cruz al buen ladrón (cf. Lc 23, 43), así como otros textos del Nuevo Testamento (cf. 2 Co 5,8; Flp 1, 23; Hb 9, 27; 12, 23) hablan de un último destino del alma (cf. Mt 16, 26) que puede ser diferente para unos y para otros. 1022 Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida a Cristo, bien a través de una purificación (cf. Concilio de Lyon II: DS 856; Concilio de Florencia: DS 1304; Concilio de Trento: DS 1820), bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo (cf. Concilio de Lyon II: DS 857; Juan XXII: DS 991; Benedicto XII: DS 1000-1001; Concilio de Florencia: DS 1305), bien para condenarse inmediatamente para siempre (cf. Concilio de Lyon II: DS 858; Benedicto XII: DS 1002; Concilio de Florencia: DS 1306). 1023 Los que mueren en la gracia y la amistad de Dios y están perfectamente purificados, viven para siempre con Cristo.(…) 1024 Esta vida perfecta con la Santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor con ella, con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama «el cielo». El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha. 1035 La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, «el fuego eterno» (cf. DS 76; 409; 411; 801; 858; 1002; 1351; 1575; Credo del Pueblo de Dios, 12). La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira. 1036 Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar de su libertad en relación con su destino eterno. Constituyen al mismo tiempo un llamamiento apremiante a la conversión: «Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la puerta y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que la encuentran» (Mt 7, 13-14): «Como no sabemos ni el día ni la hora, es necesario, según el consejo del Señor, estar continuamente en vela. Para que así, terminada la única carrera que es nuestra vida en la tierra mereceremos entrar con Él en la boda y ser contados entre los santos y no nos manden ir, como siervos malos y perezosos, al fuego eterno, a las tinieblas exteriores, donde «habrá llanto y rechinar de dientes»» (LG48). 1037 Dios no predestina a nadie a ir al infierno (cf DS 397; 1567); para que eso suceda es necesaria una aversión voluntaria a Dios (un pecado mortal), y persistir en él hasta el final. (…) Fuente: http://www.vatican.va/archive/catechism_sp/p123a12_sp.html Sacerdote, amigo, confiésate siempre que tengas un pecado mortal, antes de celebrar la Santa Misa. Los sacerdotes, como los apóstoles, a los que envió Jesús, Dios, delante de Él, deben de ir de dos en dos, así podrían confesarse uno al otro antes de celebrar la Santa Misa. Muchos comulgan en pecado mortal por no tener ayuda, por no tener asistencia para su santidad, para su salvación, y se acostumbran a los pecados mortales, como si fueran pecados veniales, y no lo son. Los sacerdotes también necesitan de los sacramentos; recordemos que Jesús, Dios, los enviaba de dos en dos. ¡Hay que velar por las almas de los sacerdotes, que velan por las almas de la Iglesia!, ¡ellos tampoco pueden perderse! ¡Hay que salvar a los sacerdotes!, y se salvan los sacerdotes, como todos los fieles, POR LOS SACRAMENTOS. Sacerdotes, id de dos en dos. Ya sé que sois pocos, pero si no veláis por vuestra alma, perderéis el Cielo; esto es así, y lo sabéis, no me lo invento, la Iglesia manda que se comulgue sin tener pecado mortal, y no hace excepción de personas. Obispos, velad por las almas de vuestros sacerdotes, ¡no los dejéis solos! El pecado mortal puede perdonarse y se perdona, con una buena confesión, y un sacerdote no puede confesarse a sí mismo, necesita de otro sacerdote, por esto Jesús, Dios, los enviaba de dos en dos; ¿por qué no seguir haciéndolo? Antes, también había muchos discípulos y pocos apóstoles, y Dios, Jesús, los enviaba de dos en dos. Ojalá la Madre Iglesia, en el Vaticano, trate este asunto de la santidad de los sacerdotes, que como los demás, sin confesión, no pueden vivir en gracia de Dios; necesita la Iglesia de sacerdotes santos, y la santidad la da Dios a través de los sacramentos. ¡Qué tristeza!, ellos, los sacerdotes, ayudan a salvar almas, porque son los que dan los sacramentos al pueblo, pero muchos de ellos no pueden confesarse porque están solos; y si cada día celebran la Santa Misa, y en ella comulgan, que lo hacen, este es el ritual, y si están en pecado mortal, no podrían comulgar; pero está en el ritual, por eso deben ir los sacerdotes de dos en dos, para ayudarse mutuamente con los sacramentos. Ahora, en el Vaticano, se habla de la familia, y tanto la familia como los sacerdotes, necesitan de los sacramentos. ¡Ayudad a los sacerdotes, ellos ayudan a las familias; y todo, con Dios, con los sacramentos! Sed buenos con los sacerdotes. Con afecto sincero. P. Jesús © copyright |
Para quien quiera contestar a la carta, CLICAR AQUÍ, aunque el P. Jesús no podrá responder a cada uno, sí que pedirá a Dios Padre, en nombre de Jesús por esta persona y sus intenciones. EXPLICACIÓN. |