Domingo, 4 de septiembre de 2.011
A ti, que eres amigo-a de los desamparados:
Esos que no tienen techo, ni comida, ni palabras de aliento, ¡bienaventurados! Y bienaventurado tu, hijo-a, amado-a de Dios, por ser amigo-a de los desamparados, por dedicar parte de tu jornada a ellos, aunque sea rezando por ellos, ¡bendito-a eres y serás! Muchos pecados te serán perdonados por dar al necesitado.
¡Cuántas almas en pena van vagando por el mundo!
¡Cuántos corazones lloran!
¡Cuántos ojos miran buscando ayuda!
¡Cuántos ojos ya no buscan!
¡Cuántos ojos ya no lloran!
Y tú, amado-a de Dios, pensando que no sirves para nada. Piensas quizás que sólo la acción es valorada, pero déjame decirte, oh amado-a de Dios, que tu oración vale tanto o más que la acción, porque para que tú obres, alguien, o tú mismo, has tenido que rezar primero.
Date un respiro, ¡sal de ti mismo-a! y ve a Dios con la oración.
¡Amado-a y bendito-a!, Cristo te salva si quieres. ¿Quieres?, sí, sé que quieres. Entonces, ¿qué problema hay?; tú quieres y Dios quiere; ¿qué pasa entonces contigo hijo-a, bendito-a del Padre?…
¡No estás solo-a!
¡Dios te Ama! ¡Dios te sana! ¡Dios te perdona!
Infórmate bien de quién es Dios, y fórmate en su doctrina, y vive siendo amigo-a de los desamparados, porque ellos, aún sufren más que tú. No tienen, nada ni a nadie…
Muchos no tienen a nadie que rece por ellos.
Algunos viven en países muy pobres, y son muy desdichados. ¡Dales tu alegría de rezar a Dios por ellos!
Aunque son los hombres, las personas, los que hacen la acción física, antes pero, es Dios quien mueve los corazones a la santa misericordia, a la ayuda espiritual y física a los desamparados.
Tú puedes hacer tanto por ellos.
Empecemos juntos, recemos:
Padre nuestro, que estás en el Cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros Tu Reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén.
Dios te salve María; llena eres de gracia, el Señor es contigo; bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la ahora de nuestra muerte. Amén.
Si supieras cuánto bien acabamos de hacer tú y yo, rezando juntos. Los Ángeles de Dios, se han puesto en acción por nuestra bendita oración.
Te quiero mucho.
Gracias por rezar conmigo. Eres verdaderamente hijo-a de Dios.
Que la Virgen María te acompañe en este día y durante toda tu vida, la terrena y la Eterna, porque vas a vivir en el Cielo, oh bendito-a del Padre.
Con afecto sincero.
P. Jesús
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