Domingo, 18 de marzo de 2.012
A ti, que tienes necesidad de un buen padre: El matrimonio es cosa de dos, porque por la unión de dos personas de distinto sexo, en el acto sexual, se hacen los hijos, ¡se crea una NUEVA VIDA!; ¡así fuiste creado tú, por tu padre y por tu madre, unidos cuerpo con cuerpo; y ojalá hubieran estado unidos corazón con corazón y enlazados ambos juntos en la misma fe de amar y servir a Dios sobre todas las cosas, porque así es como debería de ser el que te hubieran creado, en las óptimas condiciones que necesita todo ser humano, ser amado como Dios manda. No hay labor en equipo más maravillosa y satisfactoria que casarse y tener hijos, si Dios quiere dároslos. Los hijos, el hijo, al ser de los dos, del padre y de la madre, puede sentirse libre, porque si sólo fuera de uno, este uno lo necesitaría demasiado y podría tornarse en su verdugo, en nombre de un amor. Casarse es asociarse para amarse, para dar fruto a este amor, que son los hijos de los dos. Y no hay más bella razón de vivir que estar dispuesto a dar vida a un semejante tuyo, ¡a un alma para Dios!, ¡una persona única e irrepetible!. Los esposos tienen el don de Dios de transformar su amor en vida física de otra persona a la que servirán y serán servidos por ella, en el amor familiar, en la dicha de pertenecer a una misma familia. Casarse, es para dar fruto de este amor. ¡No es la persona una bestia!, ¡no es un animal irracional!, ¡¡es hijo de Dios!!, ¡¡¡de Dios!!!, y muchos no tienen asumido esto, el que son hijos de Dios, de verdad, y van alma en pena por esta vida, aceptando las lisonjas de lo que la vida les ofrece, sin PEDIR a Dios, a través de la oración, lo que quieren, lo que necesitan, lo que desean; o lo piden y luego no esperan. Hay tantos y tantas que piden casarse, hacer un buen matrimonio por vocación a la santidad, y luego se casan con el primero que les llega, o con la que creen más bonita físicamente, y ¡fracasan!; no dejan tiempo a Dios a que les ayude en esto. Rezan y se las apañan solos. ¡Eso no es así!; sin estar seguros de amar para siempre al otro, no puede nadie casarse, ¡miente! y engaña, ¡aunque haya mucho deseo sexual de por medio!, que algún@s sólo lo que desean es tener sexo, sea con quien sea, y se encuentran luego en que las relaciones sexuales no son satisfactorias; ¿cómo pueden ser satisfactorias sin amor verdadero y exclusivo?; allí siempre hay egoísmo, y uno se cansa de recibir, porque lo que hace feliz a la persona es dar; y ¿cómo puede dar al otro, si sólo se casó para recibir?… Hay mucha ignorancia del amor verdadero, mucha falsedad, y todo ello atrae lo peor, que es PECAR. Os iré contando, con el tiempo, todo eso que no sabéis. Y aunque podéis pensar: “¿qué puede saber un sacerdote de todo esto?”. Os digo que lo sé, precisamente por oíros, por sentir vuestras quejas de continuo, vuestros lloros y desgracias. Os consuelo, porque tengo misericordia. Aprendo tanto de vosotros, ¡tanto!; todo lo que ya sabía, me lo decís con detalles, buscando el consuelo de Dios, que os alcanzo con la Palabra. No os acuso, mi destino no es otro que serviros, por eso me hice sacerdote, por eso soy sacerdote. Volvamos al tema del padre. Tú, padre, eres más, mucho más que el esposo, que el hombre de la casa; eres ¡el padre!, y tu hijo te necesita, para que lo sustentes, lo alimentes, le permitas con tu trabajo tener los cuidados de su madre, que jamás puede ser sustituída por otra persona o institución, porque el Buen Dios dispuso así las cosas: el que la mujer tenga en su vientre al hijo de los dos, y le dé el alimento de sus pechos, eso quiere decir y dice que debe estar cerca de él, atenderlo, cuidarlo, AMARLO. El hombre da al hijo suyo una madre, y ¡esto es maravilloso!; tú, tú, varón, puedes decidir y decides qué madre le vas a dar a tu-s hijo-s. ¡Tú decides el destino de tu estirpe! Decide bien y que sea por amor. ¡Enamórate de ella!, vive para servirla, para que sea tu reina, para que en tu corazón siempre halles una disculpa a sus defectos y en tu mente recuerdes siempre lo bueno que ella posee. Ámala tanto, ¡tanto!, que sueñes con llegar a casa y verla, porque a ella debes dedicarle la vida entera, porque ella llevará el fruto de tu amor, sellado en la pasión y el goce pasional del sexo esponsal. Hombre, cásate, pero con una mujer que puedas sentirte feliz, tú, ¡tú!, de tenerla. Algunos se casan con la que creen más bonita o “sexi” del círculo social, para que otros lo admiren, y ¿qué pasa?, que quien manda es ella, y ¡se va!, tantas veces se va del hogar la mujer objeto, porque también desea ser amada; aunque sea bonita, “sexi”, quiere ser amada, pero pocos la aman, porque muchos la desean, y el deseo siempre se pasa. Es para la mujer una lacra enorme, el ser sólo deseada. Las mujeres guapas aun tendrían que tener más virtudes que las menos agraciadas, porque, os lo diré: ¡la belleza cansa!, la belleza física cansa al hombre; sólo desea poseerla, pero cuando la tiene, le cansa. ¿Por qué cansa una mujer sin virtudes y bonita?, porque ¡es necia!, una mujer sin virtudes, ¡es necia!, se cree que por ser bonita se lo merece todo, y no da nada, ¡ni quiere tener hijos para no marchitar su belleza tan admirada!. Sí, hay mujeres que temen a la maternidad, por miedo a engordar, o sólo tienen uno o dos hijos, ¡por lo mismo!, para no perder su silueta. Si supieran ellas cuánto ama el hombre a la madre de sus amados hijos, ¡si lo supiera!. Si las mujeres supieran esto, tendrían muchos hijos. Y es al contrarío, no quieren tener hijos porque piensan que no serán amadas. Mirad, el hombre en su manera de ser, es tan realista, que quiere conservar la especie, quiere continuar con su apellido, y para esto necesita hijos, ¡quiere hijos!, ¡ama a sus hijos!, ¡adora a su descendencia!, y si hay esa mujer buena, guapa y con virtudes, que apoyó su decisión de dejar huella de su paso por el mundo, ¡que son los frutos de sí mismo!, y en estos frutos, además del trabajo, están los hijos, entonces, esa mujer, para él, es la que le ha ayudado a realizarse, porque el hombre se realiza con los hijos, ¡con su descendencia!, porque, ¿para qué trabaja tanto y se esfuerza?, para que el mundo sea mejor en cada generación; esto es lo que pretende un buen hijo de Dios. Dios Padre quiso un Hijo y eligió la mejor madre, a la Virgen María, y así hacen los hombres de Dios; este es su sello. Todo aquel que diga que es de Dios y se case por sexo, para lucir de mujer ante los demás, ¡se ha equivocado!, y no será feliz en su matrimonio, porque ella, la mujer, lo dominará, y un hombre dominado, es un perdedor. Una mujer nunca es dominada por un hombre, porque al ser madre, sabe que tiene el PODER, ese poder que jamás hombre alguno podrá quitarle, el poder de la creación, de dar vida a los hijos de los dos, de amamantar al hijo y sentirlo apoyado, feliz, en su corazón, mientras es alimentado. Y ella, la mujer, puede dedicarse a ello, a realizarse como persona, a ello, porque el esposo la mantiene; la cuida y la alimenta, para que ella pueda dar vida y tener ambos EL FRUTO DE SU AMOR, el hijo de los dos, que cambiará el mundo, que hará un mundo mejor, por las enseñanzas de ambos, sobre todo en el amor que los padres sienten el uno para con el otro, y los dos, al hijo-s de su bello amor, vivido en la pasión de los sentidos sexuales lícitos y maravillosos, que Dios ha querido conceder a los esposos. El amor matrimonial es santo. El padre, ¡tú!, hombre de Dios, te casas, no para secar las lágrimas de una mujer traumatizada por la desdicha que la vida le otorgó, porque hay quien se casa para sentirse “muy hombre”, y ¡no!, tampoco es válido un matrimonio así, a los ojos del Buen Dios; uno debe casarse amando locamente, siendo amado de igual manera, y DAR ambos, juntos y unidos para siempre, FRUTO A ESTE AMOR MATRIMONIAL, ¡LOS HIJOS! Y te llamarán “papá”, y tendrás fuerzas y ganas de pelear con la vida por esa palabra, “abba”, porque no hay nada más bueno y mejor para un hombre santo que ser padre, si su vocación es el matrimonio. Pero tiene que ser santo, ¡sinó no vale!, sinó todo lo que tendría que ser dicha y felicidad, es enojo y malestar, y es lo que abunda, pero tú, ¡tú!, puedes hacer la diferencia, y dar ejemplo de tu vida; cásate para ser padre, para realizarte como varón y ayudar a una mujer a realizarse como madre, y ¡la dicha será vuestra! porque no hay mejor goce humano que cumplir con el deber divino: ¡tener hijos del amor humano! Eso es lo que te deseo a ti, hermano. Con afecto sincero. P. Jesús © copyright |
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