Domingo, 19 de septiembre de 2.010
A ti, que tus padres discuten y se enfadan: Hijo, hija, tenles paciencia, reza mucho por ellos, y quédate neutral ante sus riñas; y si te dicen, los dos, o uno a uno, cuál crees que tiene razón, diles y díselo por Dios, aunque tengas ya hecho en tu mente y corazón tu criterio propio, pero diles por Dios y no por ti, ni por ellos, que tú amas a los dos, que necesitas de ambos y que no puedes decir lo que piensas sino lo que sientes, y es amor por cada uno de los dos. En el fondo ellos quieren que los unas, ellos quieren que hables bien de los dos, necesitan que los unas porque la vida los está separando y sólo tú puedes recordarles que ambos te crearon junto al permiso de Dios, que les concedió este hijo, esta hija que eres tú. Los hijos deben callar si los padres hablan, y quizás su amargura es muy grande cuando realmente ellos, o uno de los dos, hace y dice cosas graves que daña al otro. Piensa más en ellos que en ti mismo-a, piensa que ellos, por el matrimonio, se comprometieron uno al otro, o por algún momento, siendo pareja, si no están casados por el civil, piensa que en algún momento decidieron tenerte, quizás antes o quizás después de concebirte, pero hubo un momento en que ambos estuvieron de acuerdo en ser tus padres, lo aceptaron, tanto si vivían juntos como si no, ellos llegaron a un acuerdo; si ahora han cambiado, no tiene nada que ver contigo, sólo con ellos dos, por eso no puedes ponerte a favor y en contra de ninguno de los dos, a menos que no haya violencia física o maltrato psicológico; luego es distinto, no es lo mismo, pero si sólo es que discuten y se han acostumbrado a criticarse, sea a escondidas uno del otro, o sea en pleno rostro, no te metas, no te entrometas, y reza por ellos; y la Virgen María, que fue esposa, intercederá por la unión de los dos. Y aunque lo crees saber todo, porque te lo cuentan ambos, o uno de los dos, no lo sabes todo, y, por no saberlo, es mejor hacer lo que Jesús, Dios, hizo: lavar los pies de sus apóstoles; tú lava los pies de tus padres, sírvelos, y si sois más hermanos, uníos en el servicio, y, con vuestro ejemplo, enseñadles lo que es el amor verdadero. Pon paz, ¡puedes! Por lo menos callando. Tampoco vayas a hacerles ninguna corrección fraternal a ninguno de los dos, son tus padres. Tú reza y confía en la eficacia de la oración. Y si uno de los dos tiene penas y dolor, lo escuchas, ¡eso siempre!, y con respeto, porque a veces los padres necesitan desahogarse y es mejor que lo hagan contigo y no con los amigos y no con el psiquiatra. Cuando ocurra esto, que te hablen los dos o uno de los dos, escucha siempre, con mucha caridad, y responde así: “me duele que os lo paséis mal, que te lo pases mal, porque los dos tenéis cosas muy buenas y os quiero con todo mi corazón; no quiero veros sufrir, deseo que haya paz y que arregléis las cosas con buena voluntad”. Aquí seguro que te dirán que es imposible, y etc. Así que les sigues diciendo: “Comprendo que es muy difícil la convivencia y que es muy duro aceptar lo bueno y lo malo del otro, pero… por favor, me gustaría que mañana volvieses a comentármelo, habré pensado y rezado por todos y podré tener una idea mejor de la situación”. Y llegado el mañana, otra vez, con infinita paciencia los escuchas o le escuchas; si hace falta, abrazas y lloras y besas, pero repite siempre que no estás preparado-a para dar una decisión, que necesitas más tiempo, que quieres pensar más y orar más, para poder ayudarlos mejor”. Y con tu postura y el tono pacífico y triste de tu voz, pide el respeto para ese tiempo tuyo, que necesitan ellos para reconciliarse; y Dios para ayudar a los dos, a toda la familia que tiene que ser, debe de ser, iglesia doméstica. Y reza y que te vean rezando, no escondas que estás preocupado-a, pero que sepan también que confías en los dos, en la oración y en Dios. Y mientras y siempre, los valoras, valora lo que hacen, valora lo que dicen, por lo menos con el respeto debido y la educación correspondiente de un buen hijo-a de escucharles con atención, de estar pendiente de lo que dicen y así se sabrán respetados y amados, ya estén los dos juntos o uno solo. Y esto sirve tanto por si eres joven o eres ya adulto, o incluso estás casado y no vives ni con ellos. La próxima semana os escribiré contándoos como debéis actuar los hijos con los padres, a ambos igual, a menos que no haya maltrato físico o psicológico, porque cuando hay maltrato, es que el maltratador no está bien. De este tema también os escribiré en la otra semana, porque las personas sufren mucho y, aunque sufran, no a todo hay que decir amén y sufrirlo, también es de buen cristiano ayudar al que es malo-a. Y los hijos pueden hacer tanto por sus padres, pueden ayudarlos a salvarse, aunque sus padres estén separados o divorciados. Todo esto os lo iré enseñando para que, sintiéndoos útiles ayudando a vuestros padres, seáis servidores de Dios, que como Jesús, sirvió a malos y a buenos. Pero lo importante es que sepáis que sois hijos por voluntad de Dios, y por el don que Dios os ha otorgado al ser hijos, podéis y debéis ayudar a vuestros padres. Podéis hacerlo, yo os enseñaré, porque muchos padres se han confesado conmigo y me han hablado de ello, y lo sé. Vosotros, para vuestros padres, sois sus hijos, lo digan o no lo digan, pero sois sus hijos, por serlo. También hablaré de esos hijos a los que les falta el amor de un padre o de los dos. Os ayudaré, hijos, para que vosotros ayudéis a los padres, y vuestro hogar sea una iglesia doméstica, con paz al principio, y luego luz y amor, y este amor lleve a una convivencia directa con Dios, Uno y Trino, y la vida familiar sea maravillosa; y aunque fuera del hogar no haya paz, la tengáis por lo menos en la familia, y sobre todo en uno mismo, en sí mismo. Os iré enseñando todo lo que sé, para que veáis que vale la pena vivir y casarse como Dios manda, porque el matrimonio, si es canónico, es fuente de alegrías, tanto físicas, como espirituales, sociales e íntimas. ¡Viva la familia! Y recordad esto: no hay nadie más persistente que Jesús, que Dios, y aunque tus padres, o uno de ellos, sea muy tozudo, Dios, por tu oración y ejemplo, puede, CON EL TIEMPO, hacer de tu hogar, del matrimonio de tus padres, un fiel reflejo del amor de San José y Santa María, porque el amor no vive precisamente en el sexo, y aunque es natural que tus padres lo tengan, te diré que no hubo matrimonio más feliz en la tierra que los Santos José y María, que vivían ambos por y para agradar y ayudar a Dios. Os enseñaré y aprenderéis y os gozaréis en la felicidad de unos padres que os quieran sea cual fuere la situación que entre ambos tengan, porque hay algunos que ya han formado otra familia, incluso ante Dios, porque hay mucho matrimonio hecho a las prisas y corriendo, y se casan muchos sin saber lo que es el verdadero matrimonio hecho por amor, amor verdadero, recibiendo el santo sacramento. Que tengáis una semana con alegría, la alegría de la esperanza. Hoy falta esperanza; de esto también os escribiré otro día; tengo tantas cosas por contaros, oh hijos amados, quiero que sepáis, porque, sabiendo, podréis decidir, y sé que siendo buenos, decidiréis lo mejor, y lo mejor es vivir la fe, hacer obras de la misma por Dios, con caridad. Te quiero mucho hijo-a. Con afecto sincero. P. Jesús © copyright |
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