Domingo, 9 de mayo de 2.010
A ti que lloras: ¡Hijo, hija!, lloremos… por la pérdida de este ser amado que ha muerto… Recemos juntos tú y yo; recemos unidos a la Madre de Dios, para que nos alivie de tanto dolor, para que podamos afrontar tan triste pérdida, para que… esté en el Cielo. Amén. Amados del Padre, yo, como Jesús, tengo predilección por ti, por los que sufren; y tú sufres tanto, tanto… Cuando uno decide ser sacerdote, tiene miedo, porque es como si el mundo se muriera un poco, porque vivir para Dios, es olvidarse de uno mismo, y la vida en el mundo es muy placentera para los egoístas. Un sacerdote no es jamás egoísta, puede ser un pecador, pero difícilmente será egoísta un sacerdote, porque decide dar su vida para dar vida a Dios mismo en cada Eucaristía. Los sacerdotes estamos dispuestos a enfrentarnos con la muerte ajena, estamos preparados para administrar los últimos sacramentos y ayudar a bien morir. Tú, tendrías que tener un corazón de sacerdote, aun siendo laico. Te iría bien, dejarías el egoísmo y podrías enfrentarte a la muerte ajena con el corazón atravesado por la certeza de la fe, de que la vida continúa después de la muerte. Sé que no eres sacerdote, por eso te escribo, porque sé que me necesitas, que necesitas de un sacerdote amigo, yo mismo, que te consuele y te diga que la muerte es vida y que, allí donde está… allí hay la alegría. Eres tú quien sufre, pero no sufren los que van al Cielo, esos son felices para siempre y te esperan, porque nadie deja de pasar por la muerte. Permíteme acompañarte, hijo mío, hija mía, permíteme acompañarte en la vida y en la muerte y en el Más Allá. Por eso soy sacerdote, para acompañarte, para consolarte, para que aceptes la santa Misericordia de Dios Padre, que, fíjate si nos lo puso fácil, que sólo por creer en que Jesús es Dios, tienes vida Eterna. Cojámonos de las manos y recordemos a esta maravillosa persona que ha partido y nos espera en la Dicha Sin Fin de los hombres de fe, de los discípulos de Cristo, de los hijos de María, tu Madre y la mía. Cree, cree que está bien… Tú sí que estás mal, porque sufres mucho, pero… está bien. Muy bien están, los que están con Dios. Y la Misericordia de Dios es infinita; eso también tenlo en cuenta y recemos, recemos con fe, esperanza y caridad. Un abrazo fuerte que te anime a seguir viviendo con tu fe. Dios vive… … vive. Esta semana, por favor, ofrece una Misa por esta persona que partió y te espera, feliz y confiando, en que vivirás con fe, esperanza y caridad. Amén.! Con afecto sincero. P. Jesús © copyright |
Para quien quiera contestar a la carta, CLICAR AQUÍ, aunque el P. Jesús no podrá responder a cada uno, sí que pedirá a Dios Padre, en nombre de Jesús por esta persona y sus intenciones. EXPLICACIÓN. |